domingo, 31 de enero de 2016

La inhibición administrativa y ciudadana que conduce a la destrucción de nuestro patrimonio

Muchas veces nos hemos referido aquí a lo desasistidos que se encuentran los vecinos que quieren rehabilitar su vivienda. La administración no ofrece ninguna guía al respecto. También es cierto que en Cantabria es norma esperar que sea la administración quien de el primer paso en todo. Quizá sea una rémora del franquismo. ¿Por qué no una ciudadanía comprometida la que proponga a la administración un recurso que sirva de guía para la rehabilitación de viviendas patrimoniales?

Lo que yo entiendo por rehabilitar no es dejar las cosas como están, sino estudiar su lógica y facilitar su continuidad, facilitarla incluso de forma activa, es decir, interviniendo. No es dar al pause, sino hacer para que sigan funcionando, y que sigan funcionando de acuerdo con parámetros actuales. Todo lo bueno es actual, decía Manuel Llano.

Para rehabilitar no basta, por ejemplo, con poner un tejado de uralita en el invernal de forma acrítica, solo porque es lo último, porque con la uralita el vaho de las vacas no traspasa, se condensa y gotea, pudriendo la hierba hacinada en su interior (la herba se pon canu). Pero rehabilitar el tejado del invernal tampoco es hacer una a una las tejas a mano.

Rehabilitar no es fosilizar o meter en formol, sino intervenir para actualizar. Pero aun estando convencidos, aun compartiendo el principio general, hay que saber cómo hacerlo, cómo llevarlo a la práctica. Es aquí donde entra la administración, sea por iniciativa propia o siguiendo los pasos de una ciudadanía organizada que abre camino. Sea como fuere creo imprescindible la presencia de la administración.

Pongo a continuación un ejemplo de ayer mismo.

Encontramos en Cabezón de Liébana una casa cuyos propietarios decidieron cerrar con ladrillo el piso superior, que, imagino, en origen estaría tapado con zarzo, como en tantas otras casas lebaniegas. En mi opinión el zarzo se debería conservar siempre que fuera posible. Pero tengamos en cuenta que el zarzo cerraba un espacio empleado como secadero. Si este espacio ya no se emplea para secar productos, es lógico que se cuestione la pertinencia del zarzo. Aquí podríamos entrar a discutir si mantener el zarzo por mera estética (criterio que estoy seguro defenderían los herederos que vuelven al pueblo en fin de semana), si buscar una empresa que haya desarrollado un producto que asegure la confortabilidad del interior pero remedando la estética del zarzo (empresa que seguro existe en territorios avanzados o, siguiendo terminología a la moda, smart como Val d´Aran o Gipuzkoa, tan cerca pero tan lejos) o, sin más, poner ladrillo, material tan humilde como lo era en su día el zarzo. En conclusión, no me atrevo a criticar la sustitución del zarzo del piso superior de esta casa lebaniega por ladrillo. Tampoco importa al caso.

Yo puedo especular sobre si zarzo sí o zarzo no, me puedo permitir ese lujo, hoy que es domingo por la mañana y estoy echando un rato delante del ordenador, pero el vecino que quiere rehabilitar su casa, no. Necesita una solución, y ya. Quiere terminar la obra aprovechando el buen tiempo antes de que lleguen sus nietas en verano o lo que sea. Si no tiene guía, si no cuenta con asesoramiento, tirará por la calle del medio. ¿Y qué riesgo corremos si lo hace? Pues que ocurra lo que se puede ver en las siguientes fotos:







El dintel tallado lleva fecha de mediados del s. XVIII. Está dedicado a la Virgen María.

Insisto en que el vecino no es el culpable de este despropósito. No me gustaría considerarle como tal, al menos. Culpable, digo. La administración no puede pedir explicaciones a nadie si ella no hace los deberes antes. Culpables, de haberlos, somos todos.

La pérdida continuada de patrimonio a la que estamos asistiendo de 1977 en adelante es responsabilidad de todos. No hay excusas. De esta irresponsabilidad colectiva estoy seguro que tendremos que rendir cuentas en el futuro.

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