sábado, 29 de agosto de 2015

Crítica vana a la exposición organizada en Santander sobre la Escuela de Altamira

Proel estuvo vinculado al régimen franquista pero tengo para mí que la iniciativa de este movimiento que pasa por ser clave en nuestra historia de la segunda mitad del pasado siglo fue de los escritores y artistas implicados. Éstos se aprovecharon de los políticos, si bien es cierto que los políticos es de suponer que algo sacarían a cambio. Prestigio, tal vez. Es más que suficiente, las más de las veces, sobre todo tratándose de políticos. Pero, en cualquier caso, la iniciativa parece deberse a los escritores y artistas. Esta visión "a favor", con todos los matices que cabe aplicar a lo que en otras latitudes no se dudaría en calificar de colaboracionismo, quizá esté mediatizada por la presencia de figuras del calibre de José Hierro. Proel, entonces, es un movimiento de tintes franquistas pero si me apuráis por obligación. Si estabas dentro y querías hacer algo o era así o no era.

La Escuela de Altamira sin embargo fue una iniciativa del poder. Aquí ya no hay visión favorable posible. El poder necesitaba incorporarse al mundo tras la derrota allende fronteras del fascismo. La dictadura lo intentó de diversas maneras. Ésta fue una de ellas.

La intentona, porque no pasó de eso, consistió en promocionar el arte puro. Éste se quería desprendido de su entorno y Altamira rendía la excusa perfecta. La excusa de acuerdo con la visión reduccionista de sus promotores, cuando no simplista, que no entendiendo Altamira creían que era porque Altamira carecía de sentido.

El arte que interesaba promocionar a una dictadura con todos los puentes rotos, como la española, era así: pretendidamente descontextualizado.

Pero es lo que pasa, que el arte puro es en realidad el más ideologizado, o por mejor decir, el que peor ideología trasluce: la que oculta su contexto (aunque es precisamente haciendo el vacío que más claras quedan las cosas).

Así pues, poco se puede salvar, en mi opinión, de la Escuela de Altamira. La única vía de escape posible es abordar esta intentona franquista desde el vacío que instaló, es decir, abordarla desde, precisamente, su contexto, pero que yo sepa esta lectura está ausente en la exposición organizada por Lafuente.

Lafuente está desactivando los movimientos de vanguardia del siglo veinte. Quizá ya estuvieran ko y él lo que está haciendo es únicamente ocuparse de recoger los cascarones, como quien pasea por la playa buscando cascaritas de almeja para hacer collares de niño, o exposiciones. La crítica vertida en este párrafo, de todas formas, tiene más que ver con la concepción del museo como mausoleo que directamente con la labor de Lafuente, por mucho que Lafuente conecte con dicha concepción. Bueno es que al menos su labor despierte entre nosotros este debate, éste sí, actual.

Con esta exposición sobre la Escuela de Altamira, retomando el hilo, no es que Lafuente desactive lo bueno, como ocurre con otras de su cuño, es que reactiva lo malo. Esta exposición coge el cabo tendido por el franquismo. Suena duro, l osé, pero es como lo veo, lo siento. ¿Dónde está el aparato crítico? ¿Tan catetos somos que no merece la pena dedicarnos ese esfuerzo?

Pongo aquí el enlace a un estupendo artículo de Rafael Pérez Llano cuya lectura recomiendo vivamente en el que el autor ofrece la siguiente fotografía que no está incluida en la exposición de Lafuente:

 
Sí, son ellos.

1 comentario:

Serrón dijo...

Vana en el sentido que damos los montañeses a la palabra: una avellana hueca.

Archivu del blog