jueves, 16 de agosto de 2012

La Salvé

En un mapa de Laredu de mediados del siglo XVIII que se reprodujo para la exposición de los 250 años de la ciudad de Santander, reutilizado en la exposición con la que se ha inaugurado el palacio de Riva - Herrera en Pronillo, leo "P. de Sálve", con tilde en la /a/, indicando lo que es en la actualidad "El Puntal".

En la placa que hay en los soportales del ayuntamiento están recogidas las palabras que pronunció el emperador Carlos V al desembarcar en Laredu, que comienzan así: "Salve..."

La Playa de La Salvé es un topónimo raro. A mí me parece resultado del cruce entre el "salve" de Carlos V y "sable", que es palabra aplicada a los arenales en Cantabria. Donde termina Laredu, de camino al Regatón, a espaldas de "La Salvé", como desplazado por ella, encontramos un enorme arenal conocido como "El Sable".

Intuyo que todo el sistema dunar de Laredu era conocido como "El Sable", replicando otros casos, como el de la bahía de Santander, cuyo "Sable", por cierto, estamos dejando de conocer como tal (no creo que resista una generación más). El topónimo original, "El Sable", se habría ido arrinconando por la presión urbanística, por la pérdida de unidad del arenal, etc.

En la actualidad "El Sable" de Laredu sobrevive en un espacio fuera de control, un espacio precioso plagado de cultivos de kiwi o limonales protegidos por redes, con restos de barcos empotrados en construcciones efímeras, caminos de arena, remolques que sirven como cuadras de caballos, calas que asoman a la ría y que aguantan la embestida de las mareas agarrándose a las raíces de los eucaliptos de la línea de costa, pantalanes, costillas de barcas apresadas en el limo...

A veces las vistas que se tienen de cara a la pared, en el rincón, son preciosas.

domingo, 12 de agosto de 2012

Marte


Que la fotografía no es objetiva ya lo sabíamos. El propio encuadre ya delata la presencia del fotógrafo, que selecciona qué queda dentro y qué no. Pero siempre nos ha gustado fantasear con lo contrario, que la cámara simplemente está ahí, haciéndose eco de la realidad, dibujándola con luz, capturando momentos. La sombra del fotógrafo proyectada sobre el campo de batalla invalida una buena fotografía de guerra, por ejemplo. O al menos así ha venido siendo hasta ahora.

La fotografía enviada desde Marte por el robot Curiosity ha trastocado el eje sobre el que pivotábamos.

Se trata de una fotografía tomada a ras de suelo, impresionante (me recuerda las tomas de Yasujiro Ozu, un director de cine japonés cuyo plano característico adopta el punto de vista de un adulto sentado en un tatami). No sé si habré visto antes otras imágenes de Marte reales (son tantas las películas, tantas las infografías, etc.), pero ésta es la primera que me transmite la sensación de "sí, hemos llegado, estamos allí".

En esta primera fotografía, en cierto modo una fotografía fundacional, aparece la sombra del robot que la ha tomado. Es una fotografía cargada con nuestras miradas; mejor dicho, con la prolongación de nuestras miradas, que es el robot Curiosity (no podría tener un nombre más acertado).

Comenzamos a aparecer en las fotografías que tomamos, a aparecer en lo que hacemos. Es un nuevo Renacimiento. Alcanzar la escala de las estrellas nos vuelve a situar en el centro.

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