lunes, 10 de octubre de 2011

Los mascarones de Santander

Antonio Montesino es una persona controvertida. Cualquiera que sea la opinión que nos merezca (la mía he de decir que es positiva), lo cierto es que sus aportaciones a la cultura (en general, sin apellidos) han sido y siguen siendo importantes.

Leyendo Vigilar, controlar, castigar y transgredir: Las mascaradas, sus metáforas, paradojas y rituales (sí, se trata de uno de los típicos títulos infinitos de Montesino), me encuentro con que en Santander también ha habido un carnaval de carácter rural, como era de esperar, por otra parte, previo a la arribada del carnaval finolis de origen burgués que ha llegado, de forma interesada, hasta nuestros días.

Datos que aporta Montesino:

En El Aviso del 18 de febrero de 1890, página 2, se lee: “han salido los correspondientes osos y muchos animales que parecía que les habían abierto las cuadras y salían a refocilarse en la ciudad dando grandes coces y pisotones a ciencia y paciencia de los pacíficos habitantes de Santander y de los guardias municipales, que ateniéndose al bando publicado por nuestro digno Alcalde podían castigar ciertos desmanes y merecían el bien del país”.

Añade Montesino: “Respecto al oso y el domador, muchas veces referidos y censurados por los cronistas, eran un tándem de sujetos festivos, uno de ellos caracterizado de oso, con pieles que cubrían su cuerpo y una parte de su cabeza. A la cintura llevaba una cuerda de la cual pendía una bota u otros objetos y de la que era asido por el domador, que, ataviado con un viejo gabán y una chistera destartalada, portaba en su mano una escoba o un palo con los que efectuaba sus domas, golpeando al disfraz animalesco que, entre gruñidos, forcejeos y gestos osunos, divertía – molestaba a los espectadores con sus bromas”.

Y más: “No es sorprendente que en el Carnaval santanderino decimonónico, desarrollado en el seno de una sociedad burguesa, encontremos la presencia residual de algunos mascarones que entroncan con la estructura sociocultural de la vieja villa agrícola y marinera, como en el caso de estos últimos tipos (el oso y el domador), cuyo hallazgo constituye un testimonio irrefutable de las readaptaciones de antiguas formas festivas carnavalescas, más próximas a estilos medievales que al gusto decadente del Carnaval burgués y del propio desarrollo social, en cuanto que afecta desigualmente a los grupos de la ciudad que, si bien en el último tercio del pasado siglo ya era una ciudad eminentemente comercial e industrial, aún conservaba importantes núcleos de población dedicados a las tareas características de su etapa de villa agrícola y marinera (…)”.

En Santander Crema, 24 de febrero de 1884, pp. 3 y 6, carta de José María de Pereda destinada a Ricardo Olarán: “¡Hacer a estos mozos pschut (sic) capaces de entusiasmarse con la llegada del higuí (otro personaje carnavalesco), de gatos enjaulados y de los mamollos de Miranda con las esquilas de sus yuntas al pescuezo, un moquero por carátula, las melenas del oficio por jubón, y al hombro una escoba sucia! Y cuidado, que, por lo que a mi toca (dicho sea entre V. y yo con la mayor reserva) las máscaras de esta catadura son lo único que me hacen medio soportables los días de Carnaval; sobre todo, el hombre de los ruedos sucios, que se revuelca en las pozas y aguanta los palos que le da el pedazo de bruto que le conduce, amarrado con una soga, y si V. me apura un poco, también los que baten marcha palillera sobre latas de petróleo, disfrazados con una camisa larga y una estera de portal”.

Por favor, leed el libro.

Y luego quedamos: los próximos carnavales en el Alto Miranda para bajar por Tetuán hasta desembocar en la calle del Sol y de aquí a Río de la Pila.

LOS MASCARONES DE SANTANDER.

EL CAOS.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ti tomu la palabra. El libru li tengu dendi haci mucha tiempu peru nu lu lií, peru pa l'añu prósimu a ver si ajuntamus genti y hacemus un carnaval cumu lus d'aquella. Anqui tamén pudíamus empenzar con una magosta u el días lus dijuntus...

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